DONDE ESTAN SEPULTADOS LOS APOSTOLES?

 

¿EN IGLESIAS CATÓLICAS O EN TEMPLOS PROTESTANTES?

Aunque los datos históricos son escasos debido a la antigüedad, sabemos sin embargo, de qué murieron los Apóstoles de Jesucristo y sabemos también dónde están sepultados sus restos en la actualidad. Baste decir, que todos ellos reposan en Iglesias y basílicas católicas. Ninguna secta o grupo protestante, ha reclamado jamás poseer los restos mortales de ninguno de los Apóstoles, con todo y que cada una de las aproximadamente 70,000 sectas aseguran ser, la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Lo cierto es que, las tumbas de los Apóstoles y sus restos, descansan como ya dijimos, en el seno de la única y verdadera Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo hace 2000 años, la Santa Iglesia Católica. No podía ser de otra manera. Así que sin más, procederemos a ver qué fue lo que sucedió con cada uno de los discípulos de Cristo y dónde están sus tumbas.

TUMBAS DE LOS APÓSTOLES

1 - San Pedro, en la Basílica que lleva su nombre.

2 - San Andrés, en la Catedral de Amalfi, Italia.

3 - Santiago el Mayor, en Santiago de Compostela, España.

4 - San Juan, en la Basílica de San Juan en Éfeso, Turquía.

5 - San Felipe, en la Iglesia de los Santos Apóstoles en Roma.

6 - San Bartolomé, enterrado en pedazos en Lipari, Italia. El emperador Otto II llevo parte a Roma y su cráneo a Frankfurt, Alemania.

7 - Santo Tomás, en Edesa, cerca de Mesopotamia, Turquía.

8 - Santiago el Menor, martirizado y cortado en pedazos. Sus restos descansan en la Iglesia de los Santos Apóstoles en Roma.

9 - San Mateo, según la Tradición, en Salerno.

10 - San Judas Tadeo, en la Basílica de San Pedro, Roma.

11 - San Simón el Zelote o el Cananeo, en la Basílica de San Pedro, Roma.

12 - Judas Iscariote, se desconoce

13 - San Matías, en la Abadía de San Matías, Tréveris, Alemania

14 - San Pablo, en la Basílica San Pablo extramuros, Roma.

¿QUÉ FUE DE LOS DOCE APÓSTOLES?


PEDRO

La Tradición le sitúa en Roma en el momento del Gran Incendio provocado por el emperador César Nerón (año 64), y crucificado poco tiempo después. Él mismo pidió ser crucificado de cabeza al considerarse indigno de morir igual que su Maestro. Sus huesos fueron encontrados debajo de la Basílica de San Pedro por un equipo de arqueólogos en 1946, en una tumba con una inscripción en griego que dice: "Aquí está Pedro", En 1968 se anunció que Pedro estaba enterrado bajo la cripta de la Basílica de San Pedro

 

ANDRÉS

Hermano de Pedro y el primero en ser llamado por Jesús, murió crucificado entre los años 60 y 63. Sus restos, probablemente los más viajeros de todos, se encuentran desde 1208 en la cripta de la catedral de Amalfi, a 40 km de Nápoles. Las reliquias de San Andrés fueron trasladadas desde Patrae a Constantinopla, y depositadas allí en la Iglesia de los Apóstoles, alrededor del año 357. Cuando Constantinopla fue tomada por los franceses a principios del siglo XIII, el Cardenal Pedro de Capua trajo las reliquias a Italia y las colocó en la Catedral de Amalfi, donde todavía permanecen la mayoría de ellas. San Andrés es honrado como patrono principal en Rusia y en Escocia. Las venerables reliquias de San Andrés permanecieron en Roma hasta junio de 1964, cuando por voluntad del Papa Pablo VI la cabeza fue devuelta en señal de amistad hacia la Iglesia ortodoxa al obispo metropolitano de Patras, donde hoy se conserva en la iglesia dedicada a san Andrés, edificada en el lugar que la tradición señala como el de su martirio. En 1969, Pablo VI entregó también una reliquia de san Andrés a la Catedral de Santa María de Edimburgo, donde se venera con otra donada por el arzobispo de Amalfi en 1879, tras el restablecimiento de la jerarquía católica en Escocia.

 

SANTIAGO EL MAYOR

Santiago el Mayor, hermano de Juan, decapitado en la pascua del año 44, por orden del rey Herodes Antipas, fue el primero que padeció el martirio. Sus reliquias se conservan en la basílica de Santiago de Compostela en España y su autenticidad fue proclamada por el papa León XIII, en 1884.

 

JUAN

Juan, el único apóstol que acompañó a Jesús al pie de la Cruz, fue el último Apóstol en morir. Sufrió el martirio en la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis, sus verdugos no pudieron matarlo.

Tertuliano (años 160 – 220), en su De praescriptione haereticorum XXXVI, asentó que Juan padeció sin morir el martirio en Roma, en una caldera de aceite hirviente. Según este relato milenario de la Iglesia, el martirio habría tenido lugar aproximadamente entre los años 91 y 95. Juan habría salido ileso. El emperador Domiciano habría considerado este prodigio como una especie de magia y, no animándose a intentar otra clase de ejecución, habría desterrado a Juan a la isla de Patmos, de donde regresó a Éfeso a la muerte de Domiciano y ahí murió a la edad de casi cien años el año 100 después de Cristo. Sus restos se conservan en la Basílica de San Juan, en Éfeso, Turquía.

 

FELIPE

Predicó en Grecia, Siria y Frigia, en Anatolia. La tradición dice que fue enterrado cerca de donde murió. La tumba del apóstol Felipe, uno de los primeros discípulos de Jesús, fue localizada en 2011 en Pamukkale, la antigua Hierápolis (actual Turquía), donde según la tradición, murió crucificado alrededor del año 80. Si bien sus reliquias se conservan desde el año 561 en la iglesia de los Santos Apóstoles, en el barrio Trevi de Roma.

 

BARTOLOMÉ

Predicó en la India y Armenia junto a Judas Tadeo, y fue martirizado en lo que hoy es Azerbayán. La tradición nos dice que sus restos viajaron hasta Sicilia, y luego hasta Roma, donde llegaron a finales del siglo X y hoy descansan en la basílica que lleva su nombre. En Frankfurt afirman tener parte de su cráneo.

 

TOMÁS

Tomás predicó en la India, la tradición dice que fue vendido como esclavo al rey indio Gundafar. Una noche, Tomás predicó a la hija del rey las ventajas de vivir en castidad, por lo que fue apresado y fue liberado milagrosamente. Finalmente murió martirizado alrededor del año 72. Se cree que Santo Tomás sufrió el martirio en la costa de Coromandel, India, donde su cuerpo fue descubierto, con ciertas marcas de que fue muerto con lanzas y ese tipo de muerte es tradición en los países del Este. Sus restos permanecieron allí hasta el año 232, cuando fueron trasladados por un mercader a Edesa, en el sur de Turquía. En el año 1258, sus restos fueron llevados a la isla de Quíos, en el Egeo, y de ahí a Ortona, en Italia, donde siguen al día de hoy. El último reconocimiento de éstas reliquias se hizo en 1985.

 

MATEO

Según varias fuentes, luego de predicar en Judea, fue a predicar entre los partos y los persas, pero sobre todo en Etiopía, donde venció a dos magos que se hacían adorar como dioses y a los dragones que los acompañaban. Después resucitó a la hija del rey Egipo (o Hegesipo). Fue martirizado por oponerse al matrimonio del rey Hirciaco con su sobrina Ifigenia, la cual se había convertido al cristianismo por la predicación del Apóstol. Fue muerto a filo de espada alrededor del año 80 cuando estaba orando al pie del altar después de misa. El cuerpo de Mateo, recaudador de impuestos y primer evangelista, se conservó hasta el siglo XI en Nadabar y luego fue trasladado a la catedral de Salerno. Su cabeza se venera hoy en la catedral de Chartres, en Francia.

 

SANTIAGO EL MENOR

Fue el primer obispo de Jerusalén, con él queda a cargo la iglesia de dicha ciudad después de la dispersión de los apóstoles por el mundo. Se le conoce como "hermano de Señor", es decir, pariente cercano, se le suele representar con rasgos parecidos a Cristo. Según algunos, se le parecía tanto que fue por eso que Judas tuvo que darle un beso al Señor para que sus captores lo reconocieran. La tradición dice sobre su muerte hacia el año 62, que el sumo sacerdote Anás II le ordenó renegar de Jesús, pero Santiago, que estaba en lo alto del templo, aprovechando la concurrencia se puso a predicar el Evangelio. Al escuchar esto los fariseos y escribas se llenaron de ira y uno de ellos lo empujó desde lo alto. Santiago no murió de golpe, sino que fue apedreado mientras rogaba a Dios de rodillas por sus asesinos. Tardó tanto en morir, que finalmente es golpeado en la cabeza con una maza por un batanero. Sus restos reposan en la Iglesia de los Santos Apóstoles en Roma.

 

JUDAS TADEO

La tradición armenia le une a Simón Zelote en su peregrinaje por estas tierras, y por Persia. Una leyenda griega le convierte en el novio de las Bodas de Caná, por lo que sería pariente de Cristo. Judas Tadeo (tomó ese nombre, que significa "valiente", para diferenciarse de Judas Iscariote, que traicionó a Jesús). En su peregrinaje junto con Simón el Cananeo, recorrieron todo el territorio predicando, convirtiendo y bautizando a sus habitantes. Al entrar a la ciudad de Suamir, habían sido sorprendidos por dos hechiceros paganos llamados Zaroes y Arfaxat que les obligaron a adorar a sus dioses. Al negarse a adorar a sus dioses, ambos fueron sentenciados a muerte. Según la tradición, a Judas Tadeo le habrían aplastado la cabeza con una maza y se la habrían seccionado con un hacha o un shamsir, muriendo hacia el año 62 a 70. Sus restos permanecieron en un monasterio cercano al Lago Issyk Kul en el actual Kirguizistán hasta que fueron trasladados a Roma en el siglo XV. Hoy en día sus restos descansan en la Basílica de San Pedro de Roma.

 

SIMÓN EL ZELOTE

De todos los apóstoles, él es el menos conocido. La tradición nos dice que predicó la doctrina evangélica en Egipto, y luego en Mesopotamia y después en Persia, ya en compañía de San Judas. La tradición, recogida en los martirologios romanos, el de Beda y Adón, y a través de San Jerónimo y San Isidoro, nos dicen que San Simón y San Judas fueron martirizados en Persia. Afirma la leyenda que los templos de la ciudad de Suamir estaban recargados de ídolos. Los santos apóstoles fueron apresados. Simón fue conducido al templo del Sol y Judas al de la Luna, para que los adoraran. Pero ante su presencia los ídolos se derrumbaron estrepitosamente. De sus figuras desmoronadas salieron, dando gritos rabiosos, los demonios en figuras de etíopes. Los sacerdotes paganos se revolvieron contra los apóstoles y los despedazaron. Simón fue aserrado por el medio con una sierra. Sus reliquias descansan en la nave principal de la Basílica de San Pedro, junto con las de Judas Tadeo.

 

JUDAS ISCARIOTE

El Evangelio según San Mateo, afirma que se suicidó colgándose de un árbol. Sus restos no han sido nunca objeto de veneración, por lo que no se sabe donde están. El Apóstol San Pedro, cita en el libro de los Hechos 1,20; una profecía sobre Judas Iscariote del libro de los Salmos 109,8.13 "¡Sean pocos sus días, que otro ocupe su cargo...sea dada al exterminio su posteridad, en una generación sea borrado su nombre!" Y nada se sabe de los restos de Judas Iscariote ni de su tumba. Lo más probable es que terminaran en una fosa común en Jerusalén.

 

MATÍAS

El Apóstol número 13, sucesor de Judas Iscariote. Una antigua tradición dice que murió crucificado hacia el año 80 d.C. Según los Hechos de los Apóstoles, fue elegido apóstol después de la muerte de Jesucristo para sustituir a Judas Iscariote tras la traición de Judas a Jesús y su posterior suicidio. Las reliquias de Matías fueron, por encargo de Santa Elena, llevadas a Tréveris, en Alemania, donde se venera su tumba en la abadía dedicada al Santo. También hay reliquias en Roma (Santa María Mayor) y en Padua (Santa Justina), también en la iglesia de San Pedro en Lima, Perú.

 

PABLO

El Apóstol número 14. Escribió 14 cartas que forman parte del Nuevo Testamento y están dirigidas a las comunidades de gentiles, paganos convertidos por su predicación. Recibió la corona del martirio, muriendo decapitado bajo el gobierno de Nerón hacia el año 64 en Roma, es conocido como el Apóstol de los gentiles, el Apóstol de las naciones. Tras una serie de excavaciones realizadas en la basílica romana de San Pablo Extramuros desde 2002, un grupo de arqueólogos del Vaticano descubrieron en 2006 restos humanos óseos en un sarcófago de mármol ubicado bajo el altar mayor del templo. La tumba data aproximadamente del año 390. Mediante la técnica de datación por medición del carbono-14, pudo determinarse que los restos óseos datan del siglo I o II. En junio de 2009, el papa Benedicto XVI anunció los resultados de las investigaciones realizadas hasta ese momento y expresó su convicción de que, por los antecedentes, ubicación y datación, podría tratarse de los restos del Apóstol.

Únicamente éstos 14 hombres fueron auténticos Apóstoles de Jesucristo. El Papa y todos los Obispos del mundo son sucesores de los Apóstoles.

Pero de entre las miles de sectas surgidas del protestantismo, hoy en día, existen personas que tienen el atrevimiento de autonombrarse y lo que es peor, nombrar a otros "apóstoles". ¿Qué podemos decir ante esto?

 

II Corintios 11,13-14

Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.

Lucas 23,34

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El lienzo que cubría a Jesús

¿Por qué Jesús dobló el lienzo que cubría su Faz en el sepulcro?


Una tradición judía de ese tiempo nos revelaría el importante mensaje representado por ese gesto aparentemente insignificante

El Evangelio según san Juan, en el capítulo 20, nos habla de un lienzo que había sido colocado sobre la Faz de Jesús cuando Él fue sepultado, al final de la tarde del Viernes Santo.


Ocurre que, después de la Resurrección, cuando el sepulcro fue encontrado vacío, ese lienzo no estaba caído a un lado, como la sábana que había envuelto el Cuerpo de Jesús. El Evangelio reserva un versículo entero para contarnos que el lienzo fue doblado cuidadosamente y colocado a la cabeza del túmulo de piedra.

Pero ¿por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su cabeza en el sepulcro después de resucitar?

Bien pronto por la mañana de domingo, María Magdalena fue hasta el lugar y descubrió que la pesadísima piedra que bloqueaba la entrada del sepulcro había sido quitada. Ella corrió y encontró a Simón Pedro y a otro discípulo, aquel a quien Jesús tanto amaba – san Juan Evangelista – y les dijo:

“¡Retiraron el Cuerpo del Señor y no sé a dónde Le llevaron!”

Pedro y el otro discípulo corrieron hasta la tumba. Juan pasó delante de Pedro y llegó primero. Se detuvo y observó los lienzos, pero no entró. Entonces Simón Pedro llegó, entró en el sepulcro y vio los lienzos allí dejados, mientras que el lienzo que había cubierto la Divina Faz estaba doblado y colocado a un lado.

¿Esto es importante? Definitivamente.

¿Esto es significativo? Sí.

¿Por qué?

Para poder entender el significado del lienzo doblado, tenemos que entender un poco la tradición judía de la época.

El lienzo doblado tiene que ver con una dinámica diaria entre el amo y el siervo – y todo niño judío conocía bien esa dinámica. El siervo, cuando preparaba la mesa de comer para el amo, procuraba tener la certeza de hacerlo exactamente de la manera deseada por su señor.

Después que la mesa era preparada, el siervo quedaba esperando fuera de la visión del amo hasta que él terminase de comer. El siervo no se atrevería nunca a tocar la mesa antes de que el amo hubiese acabado. Al terminar, el amo se levantaría, se limpiaría los dedos, la boca y la barba, haría una bola con el lienzo y lo dejaría en la mesa. El lienzo arrugado quería decir: “He terminado“.

Ahora bien, si el amo se levantara y dejara el lienzo doblado al lado del plato, el siervo no osaría tocar aún la mesa, porque ese lienzo doblado quería decir: “¡volveré!”.


 

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Sally saltó de su asiento cuando vio salir al cirujano. Le preguntó:
"¿Cómo está mi pequeño?, ¿Va a ponerse bien?, ¿Cuándo lo podré ver?".

El cirujano dijo: "Lo siento; hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance".

Sally dijo, consternada: "¿Por qué a los niños les da cáncer? ¿Es que acaso Dios ya no se preocupa por ellos? Dios, ¿dónde estabas cuando mi hijo te necesitaba?".

El cirujano dijo: "Una de las enfermeras saldrá en un momento para dejarte pasar unos minutos con los restos de tu hijo antes de que sean llevados a la Universidad".

Sally pidió a la enfermera que la acompañara mientras se despedía de su hijo. Recorrió con su mano su cabello rojizo.

La enfermera le preguntó si quería conservar uno de los rizos. Sally asintió. La enfermera cortó el rizo, lo colocó en una bolsita de plástico y se la dio a Sally.

Sally dijo: "Fue idea de Jimmy donar su cuerpo a la Universidad para ser estudiado. Dijo que podría ayudar a alguien más. Eso es lo que él deseaba.

Yo al principio me negué, pero él me dijo 'Mami, no lo usaré después de que muera, y tal vez ayudará a que un niñito disfrute de un día más junto a su mamá'.. Mi Jimmy tenía un corazón de oro, siempre pensaba en los demás y deseaba ayudarlos como pudiera".

Sally salió del Hospital Infantil por última vez, después de haber permanecido ahí la mayor parte de los últimos 6 meses. Colocó la maleta con las pertenencias de Jimmy en el asiento del auto, junto a ella. Fue difícil emprender el regreso a casa, y más difícil aún entrar a una casa vacía. Llevó la maleta a la habitación de Jimmy y colocó los autos miniatura y todas sus cosas justo como él siempre las tenía. Se acostó en la cama y lloró hasta quedarse dormida, abrazando la pequeña almohada de Jimmy.
Despertó cerca de la medianoche y junto a ella había una hoja de papel doblada. Abrió la carta, que decía:

Querida mami:

Sé que vas a echarme de menos, pero no pienses que te he olvidado o he dejado de amarte sólo porque ya no estoy ahí para decirte TE AMO.

Pensaré en ti cada día, mamita, y cada día te amaré aún más. Algún día nos volveremos a ver. Si deseas adoptar a un niño para que no estés tan solita, podrá estar en mi habitación y podrá jugar con todas mis cosas. Si decides que sea una niña, probablemente no le gustarán las mismas cosas que a los niños, y tendrás que comprarle muñecas y cosas de ésas.

No te pongas triste cuando pienses en mí; este lugar es grandioso. Los abuelos vinieron a recibirme cuando llegué y me han mostrado algo de por aquí, pero tomará algo de tiempo verlo todo. Los ángeles son muy amistosos y me encanta verlos volar.

La Virgen María es de una belleza inigualable. Jesús no se parece a ninguna de las imágenes que vi de Él, pero supe que era Él tan pronto lo vi. ¡Jesús me llevó a ver a Dios!

¿Y qué crees, mami? Me senté en su regazo y le hablé como si yo fuera alguien importante. Le dije a Dios que quería escribirte una carta para despedirme y todo eso, aunque sabía que no estaba permitido. Dios me dio papel y Su pluma personal para escribirte esta carta. Creo que se llama Gabriel el ángel que te la dejará caer.

Dios me dijo que te respondiera a lo que Le preguntaste: '¿Dónde estaba Él cuando yo lo necesitaba?'. Dios dijo: 'En el mismo sitio que cuando Jesús estaba en la cruz'. Estaba justo ahí, como lo está con todos Sus hijos.

Esta noche estaré a la mesa con Jesús para la cena. Sé que la comida será fabulosa. Casi olvido decirte... Ya no tengo ningún dolor; el cáncer se ha ido. Me alegra, pues ya no podía resistir tanto dolor y Dios no podía resistir verme sufrir de ese modo, así que envió al Ángel de la Misericordia para llevarme. ¡El Ángel me dijo que yo era una Entrega Especial!

Firmado con amor, de:

Dios, Jesús y yo.


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José María Fernández Nieto

 

"Tomad: Este es mi Cuerpo... ". Y los trigales
se estremecieron en clamor de harina.
Aquí la vida empieza, aquí termina
un tiempo de relámpagos mortales.

 

"Bebed: Esta es mi Sangre... ". Y las carrales,
enardecidas por tu voz divina,
te ofrecieron su gracia diamantina
con un rumor de besos y cristales.

 

"Tomad...,comed...". Es Dios que ha descendido
en silencio de Amor, sin que se sienta
y en un beso de pan se nos esconde.

 

Dios alimento para ser comido
por una humanidad que vive hambrienta
pero que busca el pan no sabe donde.

 

II

Nace tan niño tu Misterio, brota
tu inmensidad de un modo tan sencillo
como el sol que se encierra en un anillo
o como el mar que cabe en una gota.

 

Agua que mana en paz, que no se agota,
vino de amor que nace en el albillo,
silencio con rumor de cimbalillo,
beso de luz y vuelo de gaviota.

 

Te haces cosa, Señor, harina, oblea,
para que no haya nadie que se asombre
y te coma setenta veces siete.

 

Bendita sea, Amor, bendita sea
esta locura por hacerte hombre
y pan y vino en celestial banquete.

 

III

Este es el tiempo del Amor, la hora
en que se da el Señor en Pan y en Vino
para poder andar este camino
que va desde la Cruz hasta la Aurora.

 

Dios, Panadero y Pan, ayer y ahora,
Vendimiador y Viña y Catavino.
Divinidad de Amor, Dios Uno y Trino
tendiéndonos su mano salvadora.

 

Que se nos dá en bebida y alimento,
que se derrama enamoradamente
en cada corazón y en cada vida.

 

Dios que se nos entrega en testamento,
que se nos sigue dando eternamente

que a ser para siempre nos convida.

IV

Y nosotros, Señor... ¿ qué te hemos dado
a cambio de este Amor que nos demuestras?
A tus palabras santas y maestras
¿con qué palabras hemos contestado?

 

Cuántas veces, señor, hemos callado
a causa de unas culpas que son nuestras
y son tantas, Señor, tantas las muestras
que te hemos, otra vez, crucificado.

 

Y Tú, a pesar de todo, cada día
nos sigues ofreciendo tu Alimento
y con qué desamor lo despreciamos.

 

¿ Cómo no amar, Señor, la Eucaristía
si el corazón del hombre sigue hambriento
y solo esperas Tú que te comamos... ?

 

V

Todo el día esperándonos en vano
y nosotros sin ver que nos esperas.
Te tratamos lo mismo que si fueras
un amigo que ha muerto, un ser lejano.

 

¡Qué paciencia la tuya, qué océano
de Amor sin arrecifes ni riberas!
Dime: ¿ Cómo es posible que nos quieras
y no nos dejes nunca de la mano?

 

Danos, Señor, tu Pan de cada día,
el vino de tu Sangre derramada,
el Sol primaveral de tu Alegría.

 

Y después de tu Gracia inmaculada,
que no haya nada en mí que no sonría
que no haya nada, Amor, que no haya nada.

 

VI

Callado estás, Señor, como una herida,
silencioso como una madrugada;
no dices nada en el Sagrario, nada,
que ya lo has dicho todo con tu vida.

 

Vive, Señor, tu voz enmudecida,

sordomuda de amor, encarcelada
y cuanto más humilde y más callada
más nos alienta para ser oída.

 

Que es tu silencio el que me está diciendo
que estás tan encerrado para amarme,
para que yo te llame y Tú me abras.

 

Porque si con mi fe te estoy oyendo
y todo me lo dices sin hablarme,
¿para qué necesito tus palabras?

 

VII

A cambio de la pena de no verte
me das, Señor, el júbilo de amarte
que si ayuno de amor por contemplarte
puedo saciar mis ansias de comerte.

 

Oh, Señor de la vida y de la muerte,
tanto es tu Amor que necesitas darte
enteramente todo en cada parte
cuando el pan en tu Cuerpo se convierte.

 

Tu Amor es como un mar que no se agota,
como un vino que nunca se termina
o una fuente que mana y que no cesa.

 

Un mar que cabe entero en una gota,
un sol donado en ósculo de harina,
Dios en vino y en pan sobre una mesa.

 

VIII

Señor, cuánto agradezco que me digas
lo que me dices sin decir, callado,
derramando tu Amor sacramentado
como el sol se derrama en las espigas.

 

Qué júbilo, Señor, que me bendigas
como la lluvia que bendice al prado
y que de rosas hayas enjambrado
mi corazón de cardos y de ortigas.

 

Señor, cuánto agradezco que me ames
como si fuera yo el único amado
y Tú el único Amor que hay en mi vida.

 

Que en vino generoso te derrames,
que te me des en pan recién cortado,
que me ames tan sin peso y sin medida.

 

IX

También María está, se la presiente
pudorosa como una primavera.
Se la nota en el gesto, en la manera
de Jesús al partir el pan reciente.

 

Junto al Amor, junto a la Cruz, valiente,
en pié, rota por dentro pero entera,
Madre Consoladora y enfermera,
que ante el dolor ¡qué pronto se la siente!

 

Que sabiéndole harina de su harina,
Pan de su pan y Amor de sus amores,
María siempre está junto al Sagrario.

 

Porque es la luz que todo lo ilumina,
el bálsamo de todos los dolores,
la Madre que reparte el pan diario.

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José María Fernández Nieto

 

"Tomad: Este es mi Cuerpo... ". Y los trigales
se estremecieron en clamor de harina.
Aquí la vida empieza, aquí termina
un tiempo de relámpagos mortales.

 

"Bebed: Esta es mi Sangre... ". Y las carrales,  (*)
enardecidas por tu voz divina,
te ofrecieron su gracia diamantina
con un rumor de besos y cristales.

 

"Tomad...,comed...". Es Dios que ha descendido
en silencio de Amor, sin que se sienta
y en un beso de pan se nos esconde.

 

Dios alimento para ser comido
por una humanidad que vive hambrienta
pero que busca el pan no sabe donde.

 

II

Nace tan niño tu Misterio, brota
tu inmensidad de un modo tan sencillo
como el sol que se encierra en un anillo
o como el mar que cabe en una gota.

 

Agua que mana en paz, que no se agota,
vino de amor que nace en el albillo,
silencio con rumor de cimbalillo,
beso de luz y vuelo de gaviota.

 

Te haces cosa, Señor, harina, oblea,
para que no haya nadie que se asombre
y te coma setenta veces siete.

 

Bendita sea, Amor, bendita sea
esta locura por hacerte hombre
y pan y vino en celestial banquete.

 

III

Este es el tiempo del Amor, la hora
en que se da el Señor en Pan y en Vino
para poder andar este camino
que va desde la Cruz hasta la Aurora.

 

Dios, Panadero y Pan, ayer y ahora,
Vendimiador y Viña y Catavino.
Divinidad de Amor, Dios Uno y Trino
tendiéndonos su mano salvadora.

 

Que se nos dá en bebida y alimento,
que se derrama enamoradamente
en cada corazón y en cada vida.

 

Dios que se nos entrega en testamento,
que se nos sigue dando eternamente

que a ser para siempre nos convida.

IV

Y nosotros, Señor... ¿ qué te hemos dado
a cambio de este Amor que nos demuestras?
A tus palabras santas y maestras
¿con qué palabras hemos contestado?

 

Cuántas veces, señor, hemos callado
a causa de unas culpas que son nuestras
y son tantas, Señor, tantas las muestras
que te hemos, otra vez, crucificado.

 

Y Tú, a pesar de todo, cada día
nos sigues ofreciendo tu Alimento
y con qué desamor lo despreciamos.

 

¿ Cómo no amar, Señor, la Eucaristía
si el corazón del hombre sigue hambriento
y solo esperas Tú que te comamos... ?

 

V

Todo el día esperándonos en vano
y nosotros sin ver que nos esperas.
Te tratamos lo mismo que si fueras
un amigo que ha muerto, un ser lejano.

 

¡Qué paciencia la tuya, qué océano
de Amor sin arrecifes ni riberas!
Dime: ¿ Cómo es posible que nos quieras
y no nos dejes nunca de la mano?

 

Danos, Señor, tu Pan de cada día,
el vino de tu Sangre derramada,
el Sol primaveral de tu Alegría.

 

Y después de tu Gracia inmaculada,
que no haya nada en mí que no sonría
que no haya nada, Amor, que no haya nada.

 

VI

Callado estás, Señor, como una herida,
silencioso como una madrugada;
no dices nada en el Sagrario, nada,
que ya lo has dicho todo con tu vida.

 

Vive, Señor, tu voz enmudecida,

sordomuda de amor, encarcelada
y cuanto más humilde y más callada
más nos alienta para ser oída.

 

Que es tu silencio el que me está diciendo
que estás tan encerrado para amarme,
para que yo te llame y Tú me abras.

 

Porque si con mi fe te estoy oyendo
y todo me lo dices sin hablarme,
¿para qué necesito tus palabras?

 

VII

A cambio de la pena de no verte
me das, Señor, el júbilo de amarte
que si ayuno de amor por contemplarte
puedo saciar mis ansias de comerte.

 

Oh, Señor de la vida y de la muerte,
tanto es tu Amor que necesitas darte
enteramente todo en cada parte
cuando el pan en tu Cuerpo se convierte.

 

Tu Amor es como un mar que no se agota,
como un vino que nunca se termina
o una fuente que mana y que no cesa.

 

Un mar que cabe entero en una gota,
un sol donado en ósculo de harina,
Dios en vino y en pan sobre una mesa.

 

VIII

Señor, cuánto agradezco que me digas
lo que me dices sin decir, callado,
derramando tu Amor sacramentado
como el sol se derrama en las espigas.

 

Qué júbilo, Señor, que me bendigas
como la lluvia que bendice al prado
y que de rosas hayas enjambrado
mi corazón de cardos y de ortigas.

 

Señor, cuánto agradezco que me ames
como si fuera yo el único amado
y Tú el único Amor que hay en mi vida.

 

Que en vino generoso te derrames,
que te me des en pan recién cortado,
que me ames tan sin peso y sin medida.

 

IX

También María está, se la presiente
pudorosa como una primavera.
Se la nota en el gesto, en la manera
de Jesús al partir el pan reciente.

 

Junto al Amor, junto a la Cruz, valiente,
en pié, rota por dentro pero entera,
Madre Consoladora y enfermera,
que ante el dolor ¡qué pronto se la siente!

 

Que sabiéndole harina de su harina,
Pan de su pan y Amor de sus amores,
María siempre está junto al Sagrario.

 

Porque es la luz que todo lo ilumina,
el bálsamo de todos los dolores,
la Madre que reparte el pan diario.


(*) Carrales: constelación de estrellas también conocida como "las siete cabrillas"

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Por Jimmy Akin
Redacción ACI Prensa/NCR



Inmaculada Concepción

Inmaculada Concepción


Este 8 de diciembre la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, doctrina de origen apostólico que fue proclamada dogma por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus.

A continuación, te presentamos siete datos para entender mejor este dogma:

1. ¿A quién se refiere la Inmaculada Concepción?

La Inmaculada Concepción hace referencia a la manera especial en que fue concebida María. Esta concepción no fue virginal ya que ella tuvo un padre y una madre humanos, pero fue especial y única de otra manera.

2. ¿Qué es la Inmaculada Concepción?

De acuerdo al Catecismo de la Iglesia Católica:

“Para ser la Madre del Salvador, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante’. El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como ‘llena de gracia’. En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios” (490).

“A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de gracia’ por Dios (Lc. 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:

‘... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano’” (491).

3. ¿Esto significa que María nunca pecó?

Sí. Debido a la forma de redención que se aplicó a María en el momento de su concepción, ella no solo fue protegida del pecado original, sino también del pecado personal. 

El catecismo lo explica en el número 493 que los padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" (Panaghia), la celebran "como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo". Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

4. Entonces, ¿María necesitaba que Jesús muriera por ella en la Cruz?

No. María fue concebida inmaculadamente como parte de su ser “llena de gracia” y así “redimida desde el momento de su concepción” por “una singular gracia y privilegio de Dios Todopoderoso y por virtud de los méritos de Jesucristo, salvador de la raza humana”. 

Tal como lo explica el catecismo en el número 492, esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción", le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo". El Padre la ha "bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" más que a ninguna otra persona creada. Él la ha "elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor".

En el número 508 el catecismo describe: “De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, ‘llena de gracia’, es ‘el fruto más excelente de la redención’; desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida".

5. ¿Se puede hacer un paralelo entre María y Eva?

Adán y Eva fueron creados inmaculados, sin pecado original o su mancha. Ambos cayeron en desgracia y a través de ellos la humanidad estaba destinada a pecar.

Cristo y María fueron también concebidos inmaculados. Ambos permanecieron fieles y a través de ellos la humanidad fue redimida del pecado.

Jesús es por tanto el nuevo Adán y María la nueva Eva.

El catecismo señala en el número 494 que “Ella, en efecto, como dice San Ireneo, ‘por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano’. Por eso, no pocos padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar ‘el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe’. Comparándola con Eva, llaman a María ‘Madre de los vivientes’ y afirman con mayor frecuencia: ‘la muerte vino por Eva, la vida por María’”.

6. ¿Cómo se hace María un ícono de nuestro destino?

Aquellos que mueren en la amistad con Dios y así para ir al Cielo serán liberados de todo pecado y mancha de pecado. Seremos así todos vueltos “inmaculados” (Latin, immaculatus = "intachable") si permanecemos fieles a Dios.

Incluso en esta vida, Dios nos purifica y prepara en santidad y, si morimos en su amistad pero imperfectamente purificados, Él nos purificará en el purgatorio y nos volverá inmaculados. Al dar a María esta gracia desde el primer momento de su concepción, Dios nos muestra una imagen de nuestro propio destino. Él nos muestra que esto es posible para los seres humanos a través de su gracia. 

En palabras de San Juan Pablo II, podemos decir que “María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión”.

“Fijemos, por tanto, nuestra mirada en María, icono de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia, pero orientada a la meta gloriosa de la Jerusalén celestial, donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor”.

7. ¿Era necesario para Dios que María fuera inmaculada en su concepción para que pudiera ser Madre de Jesús?

No. La Iglesia sólo habla de la Inmaculada Concepción como algo que era "apropiado", algo que hizo de María una "morada apropiada" (es decir, una vivienda adecuada) para el Hijo de Dios, no algo que era necesario. 

Al respecto, los padres de la Iglesia afirmaron “que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia original”, explicó el Papa Pío IX.

“Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad”.

Traducido por Eduardo Berdejo. Adaptado por Giselle Vargas. Publicado originalmente en National Catholic Register National Catholic Register 

Etiquetas: Virgen María, Inmaculada Concepción, Pío IX

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Poesia de Gabriela Mistral, Premio Nobel de  Literatura 1945:



¡De qué quiere Usted la imagen? Preguntó el imaginero: 


Tenemos santos de pino,

Hay imágenes de yeso,

Mire este Cristo yacente,

Madera de puro cedro,

Depende de quién la encarga,

Una familia o un templo,

O si el único objetivo

Es ponerla en un museo.

 

Déjeme, pues, que le explique,

Lo que de verdad deseo.

 

Yo necesito una imagen

De Jesús El Galileo,

Que refleje su fracaso

Intentando un mundo nuevo,

Que conmueva las conciencias

Y cambie los pensamientos,

Yo no la quiero encerrada

En iglesias y conventos.

 

Ni en casa de una familia

Para presidir sus rezos,

No es para llevarla en andas

Cargada por costaleros,

Yo quiero una imagen viva

De un Jesús Hombre sufriendo,

Que ilumine a quien la mire

El corazón y el cerebro.

 

Que den ganas de bajarlo

De su cruz y del tormento,

Y quien contemple esa imagen

No quede mirando un muerto,

Ni que con ojos de artista

Sólo contemple un objeto,

Ante el que exclame admirado

¡Qué torturado mas bello!.

 

Perdóneme si le digo,

Responde el imaginero,

Que aquí no hallará  seguro

La imagen del Nazareno.

 

Vaya a buscarla en las calles

Entre las gentes sin techo,

En hospicios y hospitales

Donde haya gente muriendo

En los centros de acogida

En que abandonan a viejos,

En el pueblo marginado,

Entre los niños hambrientos,

En mujeres maltratadas,

En personas sin empleo.

 

Pero la imagen de Cristo

No la busque en los museos,

No la busque en las estatuas,

En los altares y templos.


Ni siga en las procesiones

Los pasos del Nazareno,

No la busque de madera,

De bronce de piedra o yeso,

¡mejor busque entre los pobres

Su imagen de carne y hueso ¡


_"Gabriela Mistral"


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¿ES PECADO ARRODILLARSE DELANTE DE UNA IMAGEN?

Objetan los protestantes:

La biblia dice que no debemos arrodillarnos delante de las imágenes, porque son ídolos paganos; sin embargo, los católicos se arrodillan delante de ellas y las adoran.

"No te harás estatua ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te postres ante esos dioses, ni les sirvas, porque yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso. yo pido cuentas a hijos, nietos y biznietos por la maldad de sus padres que no me quisieron." (Éxodo 20, 4-5)

"La biblia demuestra claramente que no debemos arrodillarnos ante las imágenes, entonces, ¿por qué los católicos no obedecen la apalabra de Dios? ¿Por qué adoran dioses de madera y de barro?"

Respuesta católica.

En primer lugar, los católicos no adoramos las imágenes, adoramos solamente a Dios; a las imágenes simplemente las respetamos, porque son retratos,  fotografías o representaciones de los santos.

Si los protestantes creen que las imágenes de los santos son dioses o ídolos, entonces los idólatras son ellos; porque nosotros sabemos que las imágenes solamente son retratos o fotografías, pero no son dioses ni ídolos, porque no los ponemos en el lugar de Dios.

Así que, para entender lo que verdaderamente quiere decir la Palabra de Dios, tenemos que analizar detenidamente lo que en realidad quiere decir el texto. Analicemos detenidamente lo siguiente:

1) PECADO ES CREER QUE UNA IMAGEN ES DIOS.

Lo que está prohibido es creer que una imagen es Dios, el texto es claro cuando dice lo siguiente: “No te postres ante esos dioses”. Por lo tanto, lo que se prohíbe es adorar una imagen como si fuera Dios, porque la adoración es exclusivamente para Dios (Mt. 4, 10); por eso le pide al pueblo de Israel que no se inclinen ante ellas, ni las adores.

Dios advierte que no debemos creer que las imágenes sean dioses, porque el pueblo de Israel cayó en el pecado de creer que una estatua era Dios, cuando fabricaron el becerro de oro.

“Moisés no bajaba del cerro y le pareció al pueblo un tiempo largo. Se reunieron en torno a Aarón, al que dijeron: «Fabrícanos un dios que nos lleve adelante, ya que no sabemos qué ha sido de Moisés, que nos sacó de Egipto.»” (Éxodo 32, 1)

El pecado de Israel no fue hacer una imagen, pecado fue creer que esa imagen era Dios, pues le atribuyeron a la estatua de oro su liberación de Egipto, adoraron a la estatua como si fuera Yavé.

El pueblo de Israel vivía rodeado de pueblos paganos, por eso fácilmente se contaminaban con las creencias paganas; pues llegaron adorar las imágenes de los ratones y murciélagos.

Ese día, el hombre tirará a los topos y a los murciélagos los ídolos de oro y de plata que se había hecho para adorarlos. (Isaías 2, 20)

Entonces, lo que la biblia prohíbe es creer que una imagen es Dios y adorarla; podemos tener imágenes, pero no podemos adorarlas. Pero los protestantes, no se quedan tranquilos, rápidamente hacen la siguiente objeción: “Pero los católicos sí creen que las imágenes son dioses, por eso rezan delante de ellas y le piden favores”.

Cuando un católico ora delante de una imagen, no está pensando en pedirle a la imagen, porque las imágenes no escuchan. Los que sí nos pueden escuchar son los santos, recordemos que los santos están con Dios y pueden interceder por nosotros (Heb. 12, 23). Por lo tanto, no le pedimos a la imagen, le pedimos a la persona que nos recuerda esa imagen. La Iglesia nunca ha enseñado que las imágenes hablen, vean y caminen; para nosotros simplemente son una representación de Jesús, María o de algún santo. Además, la Iglesia nunca ha dicho que necesitamos de una imagen para orar, los católicos oramos con o sin imágenes.

2) ADORAR NO ES ARRODILLAR EL CUERPO, SINO EL CORAZÓN.

El gran error de los protestantes, es pensar que arrodillarse es sinónimo de adoración. Arrodillarse no es adorar, sino una simple postura corporal que es señal de respeto. Adorar tampoco es arrodillarse, sino reconocer a alguien como ser supremo, aceptar su dominio total y absoluto, amarlo sobre todas las cosas.

Si crees que una imagen es Dios y te arrodillas para adorarla, entonces sí es pecado. Pero si eres consciente que una imagen no es Dios, ni tiene poderes mágicos y te arrodillas delante de ella en señal de respeto a la persona ahí representada, no es pecado. Veamos un ejemplo en la biblia:

Entonces Josué rasgó su ropa y estuvo postrado con el rostro en tierra ante el Arca de Yahvé hasta la tarde. El y los ancianos de Israel se echaron polvo en sus cabezas. (Josué 7, 6)

Ahora veamos, qué había sobre el Arca.

Encima del Arca había unas estatuas de ángeles (llamados querubines, guardianes de la gloria de Dios) con las alas extendidas sobre el propiciatorio, nombre que se le daba a la tapa de oro del Arca. (Hebreos 9, 5) (Biblia al Día)

Josué se postró delante de las estatuas de querubines que estaban sobre el Arca, y no cometió ningún delito, porque no las adoró. Pues la adoración no consiste en una expresión corporal, sino en una expresión del corazón. Recuerde que todo depende de lo que uno piensa, cuando se pone de rodillas delante de una imagen, todo está en la intención del corazón.

3) LO QUE PARECE ADORACIÓN, PERO NO LO ES.

Los protestantes acusan a los católicos de idólatras, porque ven en ellos actitudes o gestos que parecen adoración: Se arrodillan delante de una imagen, la besa, le llevan flores, etc. Veamos algunos gestos que pueden parecer adoración, pero no lo son.

• Arrodillarse: Si arrodillarse es adorar, entonces los judíos adoran al muro de los lamentos, porque se arrodillan para orar delante de él.

Si arrodillarse es adorar, entonces el joven que se arrodilla delante de la novia, para proponerle matrimonio,  está cometiendo un pecado.

• Llevar flores: Si llevar flores es adorar, entonces quien le lleva flores a la novia o la mamá también sería adoración.

• Besar una imagen: Si besar una imagen es adorar, entonces quien besa una fotografía de la novia, de la mamá o de los hijos está cometiendo idolatría.

• Encender una vela: Si encender una vela es adorar, entonces quien prende una vela cuando se va la luz, está adorando a la obscuridad.

• Tener una imagen: Si tener una imagen es adorarla, entonces todos los que tienen fotografías también adoran imágenes.

Si todo lo anterior es adorar, entonces para que los protestantes puedan adorar a Dios, necesitan tener: una imagen de Dios, besar su imagen, llevarle flores, encenderle una vela, etc. Si no hacen esto entonces no adoran a Dios.

Hno. Dimas Velázquez.




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PROMESAS DE LA VIRGEN

Los 15 beneficios prometidos por la Virgen a quien reza el Rosario



Gelsomino del Guercio | Jul 09, 2020


Este es el contenido de las revelaciones al monje dominico Alan de la Roche

Las quince promesas de la Virgen a quien reza el Rosario, las recoge el padre Livio Fanzaga con Saverio Gaeta en “Il Santo Rosario. La preghiera che Maria desidera” (El Santo Rosario. La oración que María desea, Sugarco edizioni)

El codificador más importante del Rosario fue el monje dominico Alan de la Roche, que murió en 1475 y está considerado el apóstol de la devoción por el Rosario en varios países de Europa.

En sus memorias, Alan narra que recibió directamente de la Virgen quince promesas válidas para todos los devotos del santo Rosario, aún hoy de gran actualidad y que manifiestan la intensidad del amor que la Virgen siente por todos nosotros.

Primera promesa

«A todos los que recen devotamente mi Rosario, prometo mi especial protección».

Es una garantía que la Virgen ha repetido muchas veces, y que recuerda la antigua oración Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos).

Segunda promesa

«El que persevere en el rezo de mi Rosario recibirá gracias poderosísimas».

Tercera promesa

«El Rosario es un arma poderosa contra el infierno: destruirá los vicios, librará del pecado y abatirá las herejías».

Se trata de una promesa muy particular: aunque no se nombra a Satanás, se habla de la lucha contra el infierno.

Cuarta promesa

«El Rosario hará florecer de nuevo las virtudes y las obras buenas, y obtendrá a las almas la más abundante misericordia de Dios».

Esto nos impulsa a comprender que el Rosario rezado con María hace florecer en nosotros la vida y la imagen de la Virgen.

Quinta promesa

«El que confíe en mí rezando el Rosario no será oprimido por las adversidades».

Satanás por una parte nos persigue y por la otra nos seduce, utilizando siempre su arma más insidiosa que es el desánimo. María se pone a nuestro lado y nos asegura que el que reza el Rosario encontrará siempre cerca su corazón maternal, dispuesto a sostenernos y a ayudarnos.

Sexta promesa

«Quien rece el Rosario meditando sus misterios no será castigado por la justicia de Dios: se convertirá si es pecador, crecerá en gracia si es justo y será hecho digno de la vida eterna».

Con estas palabras se subraya que el Rosario traza una vía de santidad porque, rezado con María, hace que seamos guiados por ella. La Virgen ilumina el camino.

Séptima promesa

«Los devotos de mi Rosario, en la hora de la muerte, no morirán sin sacramentos».

Viene a la mente una página de san Alfonso María de Ligorio, en su obra de arte “Las glorias de María“, donde se dice que en el momento de la muerte, cuando los demonios se coaligan en el intento de llevar el alma a la desesperación, la Virgen debe ser invocada en la oración.

Octava promesa

«Los que rezan mi Rosario encontrarán, durante la vida y en la hora de la muerte, la luz de Dios y la plenitud de sus gracias, y participarán de los méritos de los bienaventurados en el paraíso».

Novena promesa

«Cada día libraré del purgatorio a las almas devotas de mi Rosario».

Por varias revelaciones privadas, en las que la Virgen se presenta como Reina del purgatorio y Reina de las almas purgantes, sabemos que la Virgen ha obtenido de Dios gracias especiales al respecto.

Décima promesa

«Los verdaderos hijos de mi Rosario gozarán de una gran gloria en el cielo».

¿De qué gloria está hablando María? De la gloria de la que está revestida ella misma, haciendo reflejar en ellos su propia imagen, su propio fulgor.

Undécima promesa

«Todo lo que se pida mediante el Rosario será obtenido».

Es la promesa de la intercesión más plena, que comprende en particular la gracia de la conversión.

Duodécima promesa

«Los que propaguen mi Rosario serán socorridos por mí en cada una de sus necesidades».

Una referencia que podría referirse por ejemplo a los misioneros y misioneras que se empeñan de varias formas para difundir esta devoción, creando confraternidades, animando grupos de oración, difundiendo los rosarios.

Décimo tercera promesa

«He obtenido de mi Hijo que todos los devotos del Rosario tengan como hermanos en la vida y en la hora de la muerte a los santos del cielo».

María, lo sabemos, es la Reina de todos los santos, y en el momento de la muerte, ella misma viene con todos los santos para hacernos partícipes de su comunión.

Décimo cuarta promesa

«Los que reciten mi Rosario fielmente serán todos hijos míos amadísimos, hermanos y hermanas de Jesús».

Rezando el santo Rosario nos profesamos hijos de María. Por ello ella se manifestará a nosotros como Madre y así tendremos un lugar especial en su corazón maternal y bajo su manto.

Décimo quinta promesa

«La devoción a mi Rosario es un gran signo de predestinación».

Ninguno de nosotros está seguro de ir al paraíso o al purgatorio, aunque obviamente todos esperamos no ir al infierno.

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CARTA DEL MÁS ALLÁ

 

 

Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno

 

Imprimatur del original alemán: Brief aus dem Jenseits - Treves, 9-11-1953.N.4/53

 

 

Introducción al texto original


Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.


La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada. Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance trascendental.


El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una religiosa fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así como su condenación eterna comunicada en un sueño. La Curia diocesana de Treves (Alemania) autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva.


La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de revelaciones y profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la misma con la doctrina católica.


Entre los manuscritos dejados en su convento por una religiosa, que en el mundo se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:



El relato de Clara


Tuve una amiga, Anita. Es decir, éramos muy próximas por ser vecinas y compañeras de trabajo en la misma oficina M.   Más tarde, Ani se casó y no volví a verla. Desde que nos conocimos, había entre nosotras, en el fondo, más amabilidad que propiamente amistad. Por eso, sentí muy poco su ausencia cuando, después de su casamiento, ella fue a vivir al barrio elegante de las villas, lejos del mío.


Durante mis vacaciones en el Lago de Garda (Italia), en septiembre de 1937, recibí una carta de mi madre en la que me decía: "Anita N murió en un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en Wald Friendhof". Me impresioné mucho con la noticia. Sabía que mi amiga no había sido propiamente religiosa. ¿Estaría preparada para presentarse ante Dios? ¿En qué estado la habría encontrado su muerte súbita? Al día siguiente escuché misa, comulgué por la intención de Anita, en la casa del pensionado de las hermanas, donde estaba viviendo. Rezaba fervorosamente por su eterno descanso, y por esta misma intención ofrecí la Santa Comunión.


Durante todo el día percibí un cierto malestar, que fue aumentando por la tarde. Dormí inquieta. Me desperté de improviso, escuchando algo así como una sacudida en la puerta del cuarto. Encendí la luz. El reloj indicaba las doce y diez minutos. Nada. Tampoco ruidos. Tan solo las olas del Lago de Garda golpeando monótonas contra el muro del jardín del pensionado. No había viento. Yo conservaba la impresión de que al despertar encontraría, además de los golpes de la puerta, un ruido de brisa o viento, parecido al que producía mi jefe de la oficina, cuando de mal humor tiraba sobre mi escritorio una carta que lo molestaba. Reflexioné un instante si debía levantarme. ¡No! Todo no es más que sugestión, me dije. Mi fantasía está sobresaltada por la noticia de la muerte. Me di vuelta en la cama, recé algunos Padrenuestros por las ánimas y me dormí de nuevo.


Soñé entonces que me levantaba de mañana, a las 6, yendo a la capilla. Al abrir la puerta del cuarto, me encontré con una cantidad de hojas de carta. Levantarlas, reconocer la letra de Anita y dar un grito, fue cosa de un segundo. Temblando, las sostuve en mis manos. Confieso que quedé tan aterrorizada que no pude rezar. Apenas respiraba. Nada mejor que huir de allí, salir al aire libre. Me arreglé rápidamente, puse la carta dentro de mi cartera y salí en seguida. Subí por el tortuoso camino, entre olivos, laureles y quintas de la villa, más allá del conocido camino gardesano.


La mañana aparecía radiante. En los días anteriores, yo me detenía cada cien pasos, maravillada por la vista que ofrecían el lago y la Isla de Garda. El suavísimo azul del agua me refrescaba; como una niña que mira admirada a su abuelo, así contemplaba, extasiada, al ceniciento monte Baldo, que se levanta en la orilla opuesta del lago, hasta los 2.200 metros de altura. Ese día no tenía ojos para todo eso. Después de caminar un cuarto de hora, me dejé caer maquinalmente sobre un banco ubicado entre dos cipreses, donde la víspera había leído con placer "La doncella Teresa". Por primera vez veía en los cipreses el símbolo de la muerte, algo en lo que antes no había pensado.


Tomé la carta. No tenía firma. Sin la menor duda, estaba escrita por Ani. No faltaba la gran "s", ni la "t" francesa, a la que se había acostumbrado en la oficina, para irritar al Sr. G. No era su estilo. Por lo menos, no era así como hablaba de costumbre. Lo habitual en ella era la conversación amable, la risa, subrayada por los ojos azules y su graciosa nariz...Sólo cuando discutíamos asuntos religiosos se volvía mordaz y caía en el tono rudo de la carta. Yo misma me siento envuelta por su excitada cadencia. Hela aquí, la Carta del Más Allá de Anita N., palabra por palabra, tal como la leí en el sueño.


 

La Carta


CLARA, NO RECES POR MÍ, ESTOY CONDENADA. Si te doy este aviso - es más, voy a hablarte largamente sobre esto - no creas que lo hago por amistad. Quienes estamos aquí ya no amamos a nadie. Lo hago como obligada. Es parte de la obra "de esa potencia que siempre quiere el mal y realiza el bien". En realidad, me gustaría verte aquí, adonde llegué para siempre. No te extrañes de mis intenciones. Aquí, todos pensamos así. Nuestra voluntad está petrificada en el mal, es decir, en aquello que ustedes consideran "mal". Aún cuando pueda hacer algo "bien" (como yo lo hago ahora, abriéndote los ojos ante el infierno), no lo hago con recta intención.


¿Recuerdas? Hace cuatro años que nos conocimos, en M. Tenías 23 años y ya trabajabas en el escritorio desde seis meses antes, cuando yo ingresé. Varias veces me sacaste de apuros. Con frecuencia me dabas buenos avisos que a mí, principiante, me venían muy bien. Pero, ¿qué es "bueno"? Yo ponderaba, en aquel entonces, tu "caridad". Ridículo... Tus ayudas eran pura ostentación, algo que desde entonces sospechaba.


Aquí, no reconocemos bien alguno en absolutamente nadie. Pero ya que conociste mi juventud, es el momento de llenar algunas lagunas. De acuerdo con los planes de mis padres, yo nunca tendría que haber existido. Por un descuido se produjo la desgracia de mi concepción. Mis hermanas tenían 14 y 16 años cuando vine al mundo. ¡Ojalá no hubiera nacido! Ojalá pudiera ahora aniquilarme, huir de estos tormentos! No hay placer comparable al de acabar mi existencia, así como se reduce a cenizas un vestido, sin dejar vestigios. Pero es necesario que exista. Es preciso que yo sea tal como me he hecho: con el fracaso total de la finalidad de mi existencia.


Cuando mis padres, entonces solteros, se mudaron del campo a la ciudad, perdieron el contacto con la Iglesia. Era mejor así. Mantenían relaciones con personas desvinculadas de la religión. Se conocieron en un baile, y se vieron "obligados" a casarse seis meses después. En la ceremonia nupcial, recibieron solo unas gotas de agua bendita, las suficientes para atraer a mamá a la misa dominical unas pocas veces al año. Ella nunca me enseñó verdaderamente a rezar. Todo su esfuerzo se agotaba en los trabajos cotidianos de la casa, aunque nuestra situación no era mala. Palabras como rezar, misa, agua bendita, iglesia, sólo puedo escribirlas con íntima repugnancia, con incomparable repulsión. Detesto profundamente a quienes van a la Iglesia y, en general, a todos los hombres y a todas las cosas. Todo es tormento. Cada conocimiento recibido, cada recuerdo de la vida y de lo que sabemos, se convierte en una llama incandescente.


Y todos estos recuerdos nos muestran las oportunidades en que despreciamos una gracia. Cómo me atormenta esto! No comemos, no dormimos, no andamos sobre nuestros pies. Espiritualmente encadenados, los réprobos contemplamos desesperados nuestra vida fracasada, aullando y rechinando los dientes, atormentados y llenos de odio. ¿Entiendes? Aquí bebemos el odio como si fuera agua. Nos odiamos unos a otros. Más que a nada, odiamos a Dios. Quiero que lo comprendas. Los bienaventurados en el cielo deben amar a Dios, porque lo ven sin velos, en su deslumbrante belleza. Esto los hace indescriptiblemente felices. Nosotros lo sabemos, y este conocimiento nos enfurece. Los hombres, en la tierra, que conocen a Dios por la Creación y por la Revelación, pueden amarlo. Pero no están obligados a hacerlo.


El creyente - te lo digo furiosa - que contempla, meditando, a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo. Pero el alma a la que Dios se acerca fulminante, como vengador y justiciero porque un día fue repudiado, como ocurrió con nosotros, ésta no podrá sino odiarlo, como nosotros lo odiamos. Lo odia con todo el ímpetu de su mala voluntad. Lo odia eternamente, a causa de la deliberada resolución de apartarse de Dios con la que terminó su vida terrenal. Nosotros no podemos revocar esta perversa voluntad, ni jamás querríamos hacerlo.


¿Comprendes ahora por qué el infierno dura eternamente? Porque nuestra obstinación nunca se derrite, nunca termina. Y contra mi voluntad agrego que Dios es misericordioso, aún con nosotros. Digo "contra mi voluntad" porque, aunque diga estas cosas voluntariamente, no se me permite mentir, que es lo que querría. Dejo muchas informaciones en el papel contra mis deseos. Debo también estrangular la avalancha de palabrotas que querría vomitar. Dios fue misericordioso con nosotros porque no permitió que derramáramos sobre la tierra el mal que hubiéramos querido hacer. Si nos lo hubiera permitido, habríamos aumentado mucho nuestra culpa y castigo. Nos hizo morir antes de tiempo, como hizo conmigo, o hizo que intervinieran causas atenuantes.


Dios es misericordioso, porque no nos obliga a aproximarnos a El más de lo que estamos, en este remoto lugar infernal. Eso disminuye el tormento. Cada paso más cerca de Dios me causaría una aflicción mayor que la que te produciría un paso más rumbo a una hoguera.


Te desagradé un día al contarte, durante un paseo, lo que dijo mi padre pocos días antes de mi comunión: "Alégrate, Anita, por el vestido nuevo; el resto no es más que una burla". Casi me avergüenzo de tu desagrado. Ahora me río. Lo único razonable de toda aquella comedia era que se permitiera comulgar a los niños a los doce años. Yo ya estaba, en aquel entonces, bastante poseída por el placer del mundo. Sin escrúpulos, dejaba a un lado las cosas religiosas. No tomé en serio la comunión. La nueva costumbre de permitir a los niños que reciban su primera comunión a los 7 años nos produce furor. Empleamos todos los medios para burlarnos de esto, haciendo creer que para comulgar debe haber comprensión. Es necesario que los niños hayan cometido algunos pecados mortales. La blanca Hostia será menos perjudicial entonces, que si la recibe cuando la fe, la esperanza y el amor, frutos del bautismo - escupo sobre todo esto - todavía están vivos en el corazón del niño.


¿Te acuerdas que yo pensaba así cuando estaba en la tierra? Vuelvo a mi padre. Peleaba mucho con mamá. Pocas veces te lo dije, porque me avergonzaba. Qué cosa ridícula la vergüenza! Aquí, todo es lo mismo. Mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, papá lo hacía en el cuarto contiguo, donde podía volver a cualquier hora de la noche. Bebía mucho y se gastó nuestra fortuna. Mis hermanas estaban empleadas, decían que necesitaban su propio dinero. Mamá comenzó a trabajar. Durante el último año de su vida, papá la golpeó muchas veces, cuando ella no quería darle dinero. Conmigo, él siempre fue amable. Un día te conté un capricho del que quedaste escandalizada. ¿Y de qué no te escandalizaste de mí? Cuando devolví dos veces un par de zapatos nuevos, porque la forma de los tacos no era bastante moderna.


En la noche en que papá murió, víctima de una apoplejía, ocurrió algo que nunca te conté, por temor a una interpretación desagradable. Hoy, sin embargo, debes saberlo. Es un hecho memorable: por primera vez, el espíritu que me atormenta se acercó a mí. Yo dormía en el cuarto de mamá. Su respiración regular revelaba un sueño profundo. Entonces, escuché pronunciar mi nombre. Una voz desconocida murmuró: "¿Qué ocurrirá si muere tu padre?"


Ya no lo quería a papá, desde que había empezado a maltratar a mi madre. En realidad, no amaba absolutamente a nadie: sólo tenía gratitud hacia algunas personas que eran bondadosas conmigo. El amor sin esperanza de retribución en esta tierra solamente se encuentra en las almas que viven en estado de gracia. No era ése mi caso. "Ciertamente, él no morirá", le respondí al misterioso interlocutor. Tras una breve pausa, escuché la misma pregunta. "El no va a morir!", repliqué con brusquedad.

Por tercera vez, me preguntaron: "Qué ocurrirá si muere tu padre?". Me representé en ese momento en la imaginación el modo como mi padre volvía muchas veces: medio ebrio, gritando, maltratando a mamá, avergonzándonos frente a los vecinos. Entonces, respondí con rabia: "Bien, es lo que se merece. ¡Que muera!". Después, todo quedó en silencio.


A la mañana siguiente, cuando mamá fue a ordenar el cuarto de papá, encontró la puerta cerrada. Al mediodía, la abrieron por la fuerza. Papá, semidesnudo, estaba muerto sobre la cama. Al ir a buscar cerveza al sótano, debió sufrir una crisis mortal. Desde hacía tiempo que estaba enfermo. (¿Habrá hecho depender Dios de la voluntad de su hija, con la que el hombre fue bondadoso, la obtención de más tiempo y ocasión de convertirse?).


Marta K. y tú me hicieron ingresar en la asociación de jóvenes. Nunca te oculté que consideraba demasiado "parroquiales" las instrucciones de las dos directoras, las señoritas X. Los juegos eran bastante divertidos. Como sabes, llegué en poco tiempo a tener allí un papel preponderante. Eso era lo que me gustaba. También me gustaban las excursiones. Llegué a dejarme llegar algunas veces a confesar y comulgar. Para decir la verdad, no tenía nada para confesar. Los pensamientos y las palabras no significaban nada para mí. Y para acciones más groseras todavía no estaba madura.


Un día me llamaste la atención: "Ana, si no rezas más, te perderás". Realmente, yo rezaba muy poco, y ese poco siempre a disgusto, de mala voluntad. Sin duda tenías razón. Los que arden en el infierno o no rezaron, o rezaron poco. La oración es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo. Especialmente la oración a Aquella que es la madre de Cristo, cuyo nombre no nos es lícito pronunciar. La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos.


Furiosa continúo, porque estoy obligada a hacerlo, aunque no aguanto más de tanta rabia. Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra. Y justamente de esto, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación. Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz, y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido pecador puede recuperarse, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello. Durante los últimos años de mi vida ya no rezaba más, privándome así de las gracias, sin las que nadie se puede salvar.


Aquí, no recibimos ningún tipo de gracia. Aunque la recibiéramos, la rechazaríamos con escarnio. Todas las vacilaciones de la existencia terrenal terminaron en esta otra vida. En la tierra, el hombre puede pasar del estado de pecado al estado de gracia. De la gracia, se puede caer al pecado. Muchas veces caí por debilidad; pocas, por maldad. Con la muerte, cada uno entra en un estado final, fijo e inalterable. A medida que se avanza en edad, los cambios se hacen más difíciles. Es cierto que uno tiene tiempo hasta la muerte para unirse a Dios o para darle las espaldas. Sin embargo, como si estuviera arrastrado por una correntada, antes del tránsito final, con los últimos restos de su voluntad debilitada, el hombre se comporta según las costumbres de toda su vida.


El hábito, bueno o malo, se convierte en una segunda naturaleza. Es ésta la que lo arrastra en el momento supremo. Así ocurrió conmigo. Viví años enteros apartada de Dios. En consecuencia, en el último llamado de la gracia, me decidí contra Dios. La fatalidad no fue haber pecado con frecuencia, sino que no quise levantarme más. Muchas veces me invitaste para que asistiera a las predicaciones o que leyera libros de piedad. Mis excusas habituales eran la falta de tiempo. ¿Acaso podría querer aumentar mis dudas interiores? Finalmente, tengo que dejar constancia de lo siguiente: al llegar a este punto crítico, poco antes de salir de la "Asociación de Jóvenes", me habría sido muy difícil cambiar de rumbo. Me sentía insegura y desdichada. Pero frente a la conversión se levantaba una muralla.


No sospechaste que fuera tan grave. Creías que la solución era tan simple, que un día me dijiste: "Tienes que hacer una buena confesión, Ani, todo volverá a ser normal". Me daba cuenta que sería así. Pero el mundo, el demonio y la carne, me retenían demasiado firme entre sus garras. Nunca creí en la influencia del demonio. Ahora, doy testimonio de que el demonio actúa poderosamente sobre las personas que están en las condiciones en que yo me encontraba entonces. Sólo muchas oraciones, propias y ajenas, junto con sacrificios y sufrimientos, podrían haberme rescatado. Y aún esto, poco a poco.


Si bien hay pocos posesos corporales, son innumerables los que están poseídos internamente por el demonio. El demonio no puede arrebatar el libre albedrío de los que se abandonan a su influencia. Pero, como castigo por su casi total apostasía, Dios permite que el "maligno" se anide en ellos. Yo también odio al demonio. Sin embargo, me gusta, porque trata de arruinarlos a todos ustedes: él y sus secuaces, los ángeles que cayeron con él desde el principio de los tiempos. Son millones, vagando por la tierra. Innumerables como enjambres de moscas; ustedes no los perciben. A los réprobos no nos incumbe tentar: eso les corresponde a los espíritus caídos.


Cada vez que arrastran una nueva alma al fondo del infierno, aumentan aún más sus tormentos. Pero, ¡de qué no es capaz el odio! Aunque andaba por caminos tortuosos, Dios me buscaba. Yo preparaba el camino para la gracia, con actos de caridad natural, que hacía muchas veces por una inclinación de mi temperamento. A veces, Dios me atraía a una Iglesia. Allí, sentía una cierta nostalgia. Cuando cuidaba a mi madre enferma, a pesar de mi trabajo en la oficina durante el día, haciendo un sacrificio de verdad, los atractivos de Dios actuaban poderosamente. Una vez fue en la capilla del hospital, adonde me llevaste durante el descanso del mediodía. Quedé tan impresionada, que estuve sólo a un paso de mi conversión. Lloraba. Pero, en seguida, llegaba el placer del mundo, derramándose como un torrente sobre la gracia. Las espinas ahogaron el trigo. Con la explicación de que la religión es sentimentalismo, como siempre se decía en la oficina, rechacé también esta gracia, como todas las otras.


En otra ocasión, me llamaste la atención porque, en lugar de una genuflexión hasta el piso, hice solamente una ligera inclinación con la cabeza. Pensaste que eso lo hacía por pereza, sin sospechar que, ya entonces, había dejado de creer en la presencia de Cristo en el Sacramento. Ahora creo, aunque sólo materialmente, tal como se cree en la tempestad, cuyas señales y efectos se perciben. En este interín, me había fabricado mi propia religión. Me gustó la opinión generalizada en la oficina, de que después de la muerte el alma volvería a este mundo en otro ser, reencarnándose sucesivamente, sin llegar nunca al fin.


Con esto, estaba resuelto el angustiante problema del más allá. Imaginé haberlo hecho inofensivo. ¿Por qué no me recordaste la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, en la que el narrador, Cristo, envió después de la muerte a uno al infierno y al otro al Cielo? Pero, ¿qué habrías conseguido? No mucho más de lo que conseguiste con todos tus otros discursos beatos. Poco a poco me fui fabricando un dios: con atributos suficientes para ser llamado así. Bastante lejos de mí, como para que no me obligara a tener relaciones con él. Suficientemente confuso, como para poder transformarlo a mi antojo. De este modo, sin cambiar de religión, yo podía imaginarlo como el dios panteísta del mundo o pensarlo, poéticamente, como un dios solitario.


Este "dios" no tenía Cielo para premiarme, ni infierno para asustarme. Yo lo dejaba en paz. En esto consistía mi culto de adoración. Es fácil creer en lo que agrada. Con el transcurso de los años, estaba bastante persuadida de mi religión. Se vivía bien así, sin molestias. Sólo una cosa podría haber roto mi suficiencia: un dolor profundo y prolongado. Pero este sufrimiento no llegó. ¿Comprendes ahora el significado de "Dios castiga a aquellos que ama"? Durante un domingo de julio, la Asociación de Jóvenes organizaba un paseo de A. Me gustaban las excursiones, pero no los discursos insípidos y demás beaterías. Otra imagen, muy diferente de la de Nuestra Señora de las Gracias de A., estaba desde hacía poco en el altar de mi corazón. Era el distinguido Max, del almacén de al lado. Ya habíamos conversado entretenidos, varias veces. Justamente ese domingo me invitó a pasear. La otra, con la que acostumbraba a salir, estaba enferma en el hospital.


El había comprendido que lo miraba mucho. Pero yo no pensaba en casarme todavía. Su posición económica era muy buena, pero también demasiado amable con todas las otras jovencitas. En aquel entonces yo quería un hombre que me perteneciera exclusivamente, como única mujer. Siempre conservé una cierta educación natural. (Eso es verdad. A pesar de su indiferencia religiosa, Ani tenía algo noble en su persona. Me desconcierta que también las personas "honestas" puedan caer en el infierno, si son deshonestas al huir del encuentro con Dios).


En ese paseo, Max me colmó de amabilidades. Nuestras conversaciones, es claro, no eran sobre la vida de los santos, como las de ustedes. Al día siguiente, en la oficina, me reprendiste por no haber ido al paseo de la Asociación. Cuando te conté mi diversión del domingo, tu primera pregunta fue: "¿Escuchaste Misa?". Tonta! ¿Cómo podríamos ir a Misa si salimos a las 6 de la mañana? Me acuerdo que, muy exaltada, te dije: "El buen Dios no es tan mezquino como lo son los curas". Ahora debo confesar que Dios, a pesar de su infinita bondad, considera todo con más seriedad que todos los sacerdotes juntos. Después de este primer paseo con Max, fui solamente una vez más a la Asociación, en las fiestas de Navidad. Algunas cosas me atraían. Pero en mi interior, ya me había separado de todas ustedes.


Los bailes, el cine, los paseos, continuaban. A veces peleábamos con Max, pero yo sabía cómo retenerlo. Odié mucho a mi rival que, al salir del hospital, se puso furiosa. En realidad, eso me favoreció. La calma distinguida que yo mostraba produjo una gran impresión en Max, que se inclinó definitivamente por mí. Conseguí encontrar la forma de denigrarla. Me expresaba con calma: por fuera, realidades objetivas, por dentro, vomitando hiel. Estos sentimientos y actitudes conducen rápidamente al infierno. Son diabólicos, en el sentido estricto del término. ¿Por qué te cuento todo esto? Para explicarte que así me aparté definitivamente de Dios. En realidad, Max y yo no llegamos muchas veces al extremo de la familiaridad. Me daba cuenta que me rebajaría a sus ojos si le concedía toda la libertad antes de tiempo. Por eso, supe controlarme. Realmente, yo estaba siempre dispuesta para todo lo que consideraba útil. Tenía que conquistar a Max. Para eso, ningún precio era demasiado alto.


Nos fuimos amando poco a poco, porque ambos teníamos valiosas cualidades que podíamos apreciar mutuamente. Yo era habilidosa, eficiente, de trato agradable. Retuve a Max con firmeza y conseguí, al menos durante los últimos meses antes del casamiento, ser la única que lo poseía. En eso consistió mi apostasía, en hacer mi dios con una criatura. En ninguna otra cosa puede realizarse más plenamente la apostasía como en el amor a una persona del otro sexo, cuando ese amor se ahoga en la materia. Esto es su encanto, su aguijón y su veneno. La "adoración" que tenía por Max se convirtió en mi religión. En ese tiempo, en la oficina, yo arremetía virulentamente contra los curas, los fieles, las indulgencias, los rosarios y demás estupideces.


Trataste de defender con una cierta inteligencia todo lo que yo atacada, aunque quizás sin sospechar que en realidad el problema no estaba en esas cosas. Lo que yo buscaba era un punto de apoyo. Todavía lo necesitaba para justificar racionalmente mi apostasía. Estaba sublevada contra Dios. No te dabas cuenta. Creías que todavía era católica. Por otra parte, yo quería ser llamada así; inclusive pagaba la contribución para el culto. Porque un cierto "reaseguro" nunca viene mal. Es posible que tus respuestas a veces dieran en el blanco. Pero no me alcanzaban, porque no te concedía razón. A raíz de estas relaciones sobre bases falsas, fue pequeño el dolor de nuestra separación, con motivo de mi casamiento.


Antes de casarme, me confesé y comulgué una vez más. Era una formalidad. Mi marido pensaba igual. Si era una formalidad, ¿por qué no cumplirla? Ustedes dicen que una comunión así es "indigna". Bien, después de esa comunión "indigna", logré un cierto sosiego en mi conciencia. Esa comunión fue la última. Nuestra vida conyugal transcurría, en general, en armonía. En casi todos los puntos teníamos la misma opinión. También en esto: no queríamos cargar con hijos. En realidad, mi marido quería tener uno, uno solo, naturalmente. Finalmente conseguí que él renunciara a ese deseo. Lo que más me gustaba eran los vestidos, los muebles lujosos, las reuniones mundanas, los paseos en automóvil y otras distracciones. Fue un año de placer el que medió entre mi casamiento y mi muerte repentina.


Todos los domingos íbamos a pasear en auto o visitábamos a los parientes de mi marido. Me avergonzaba de mi madre. Esos parientes se destacaban en la vida social, igual que nosotros. Pero en mi interior, sin embargo, nunca fui feliz. Había algo indeterminado que me corroía. Mi deseo era que, al llegar la muerte - la que sin duda demoraría mucho todavía - todo acabara. Ocurría tal como yo lo había escuchado de niña, durante una plática: Dios recompensa en este mundo toda obra buena que se haga. Si no puede premiarla en la otra vida, lo hace en la tierra. Inesperadamente, recibí una herencia de la tía Lote. Mi marido tuvo la suerte de ver sus ingresos notablemente aumentados. Así pude instalar, confortablemente, una casa nueva.


Mi religión estaba muriendo, como un resplandor crepuscular en un firmamento lejano. Los bares de la ciudad, los hoteles y los restaurantes por los que pasábamos en nuestros viajes, no nos acercaban a Dios. Todos los que los frecuentaban vivían como nosotros: de fuera hacia adentro, no de dentro hacia afuera. Si durante los viajes de vacaciones visitábamos una célebre catedral, tratábamos de divertirnos con el valor artístico de sus obras primas. Los sentimientos religiosos que irradiaban - especialmente las iglesias medievales - yo los neutralizaba criticando circunstancias accesorias de un hermano lego que nos guiaba, criticaba su negligencia en el aseo, criticaba el comercio de los piadosos monjes que fabricaban y vendían licor, criticaba el eterno repique de campanas llamando a los sagrados oficios, diciendo que el único fin era ganar dinero...


Así era como conseguía apartar a la gracia, cada vez que me llamaba. Especialmente descargaba mi mal humor frente a algunas pinturas de la Edad Media representando al Infierno en libros, cementerios y otros lugares. Allí el demonio asaba a las almas sobre fuego rojo o amarillo, mientras sus compañeros, con largas colas, le traen más víctimas. Clara, el infierno puede ser dibujado, pero nunca exagerado! Siempre me burlaba del fuego del infierno. Acuérdate de una conversación durante la cual te puse un fósforo encendido bajo la nariz, preguntándote: "¿Así huele?"


Apagaste en seguida la llama. Aquí nadie consigue hacerlo. Te digo más: el fuego del que habla la Biblia no es el tormento de la consciencia. Fuego es fuego! Debe ser interpretado al pie de la letra cuando Aquel dijo: "Apartáos de mí, malditos, id al fuego eterno". Al pie de la letra! ¿Y cómo puede ser tocado un espíritu por el fuego material? Preguntarás. ¿Y cómo puede sufrir tu alma, en la tierra, si pones el dedo sobre una llama? Tampoco tu alma se quema, mientras tanto el dolor lo sufre todo el individuo. Del mismo modo, nosotros estamos aquí espiritualmente presos al fuego de nuestro ser y de nuestras facultades. Nuestra alma carece de la agilidad que le sería natural; no podemos pensar ni querer lo que querríamos.


No te sorprendas de mis palabras. Es un misterio contrario a las leyes de la naturaleza material: el fuego del infierno quema sin consumir. Nuestro mayor tormento consiste en saber que nunca veremos a Dios. ¿Cómo puede atormentarnos tanto esto, si en la tierra nos era indiferente? Mientras el cuchillo está sobre la mesa, no te impresiona. Le ves el filo, pero no lo sientes. Pero si el cuchillo entra en tus carnes, gritarás de dolor. Ahora, sentimos la pérdida de Dios. Antes, sólo pensábamos en ella.


No todas las almas sufren igual. Cuanto mayor fue la maldad, cuanto más frívolo y decidido, tanto más le pesa al condenado la pérdida de Dios, tanto más lo sofoca la criatura de que abusó. Los católicos que se condenan sufren más que los de otras religiones, porque recibieron y desaprovecharon, por lo general, más luces y mayores gracias. Los que tuvieron mayores conocimientos sufren más duramente que los que tuvieron menos. El que pecó por maldad sufre más que el que cayó por debilidad. Pero ninguno sufre más de lo que mereció. Oh, si esto no fuera verdad, tendría un motivo para odiar!


Un día me dijiste: nadie va al infierno sin saberlo. Eso le habría sido revelado a una santa. Yo me reía, mientras me atrincheraba en esta reflexión: "siendo así, siempre tendré tiempos suficiente para volver atrás". Esta revelación es exacta. Antes de mi muerte repentina, es verdad, no conocía al infierno tal como es. Ningún ser humano lo conoce. Pero estaba perfectamente enterada de algo: "Si mueres, me decía, entrarás en la eternidad como una flecha, directamente contra Dios; habrá que aguantar las consecuencias". Como te dije, no volví atrás. Perseveré en la misma dirección, arrastrada por la costumbre, con la que los hombres actúan cuanto más envejecen.


Mi muerte ocurrió así: Hace una semana - digo según las cuentas que llevan ustedes, porque si calculara por mis dolores, podría estar ardiendo en el infierno desde hace diez años - mi marido y yo salimos en otra excursión dominguera, que fue la última para mí. El día estaba radiante de sol. Me sentía muy bien, como pocas veces. Sin embargo, me traspasaba un presentimiento siniestro. Inesperadamente, en el viaje de regreso, mi marido y yo fuimos enceguecidos por los faros de un automóvil que venía en sentido contrario, a gran velocidad. Max perdió el control del vehículo. Jesús! Se escapó de mis labios, no como oración sino como grito. Sentí un dolor aplastante: comparado con el tormento actual, una bagatela. Después perdí el sentido.


¡Qué extraño! Aquella misma mañana, sin explicación, había surgido en mi mente este pensamiento. "Por una vez, podrías ir a Misa". Era como una súplica. Un "¡no!" claro y decidido cortó el curso de la idea. "Con esas cosas tengo que terminar definitivamente". Es decir, asumí todas las consecuencias. Ahora las soporto.


Lo que ocurrió después de mi muerte lo sabes. La suerte de mi marido, de mi madre, lo que ocurrió con mi cadáver, mi entierro, lo sé por una intuición natural que tenemos todos los que estamos aquí. Del resto de lo que ocurre en el mundo poseemos un conocimiento confuso. Sabemos lo que se refiere a nosotros. De este modo veo el lugar donde vives. Desperté de improviso en el momento de mi muerte. Me encontré inundada por una luz ofuscante. Era el mismo sitio donde había caído mi cadáver. Sucedió como en el teatro, cuando se apagan las luces de la sala, sube el telón y aparece una escena trágicamente iluminada. La escena de mi vida. Como en un espejo, mi alma se mostró a sí misma. Vi las gracias despreciadas y pisoteadas, desde mi juventud hasta el último "no" frente a Dios.


Me sentí como un asesino, al que llevan ante el tribunal para ver a la víctima exánime. ¿Arrepentirme? ¡Nunca! ¿Avergonzarme? ¡Jamás!


Mientras tanto, no conseguía permanecer bajo la mirada de Dios, a quien rechazaba. Sólo tenía una salida: la fuga. Así como Caín huyó del cadáver de Abel, así mi alma se proyectó lejos de esta visión de horror.


Este era el Juicio particular.


Habló el invisible juez: "APÁRTATE DE MI". De inmediato mi alma, como una sombra amarilla de azufre, se despeñó al lugar del eterno tormento.


 

Epílogo de Clara:


Así terminó la carta de Anita sobre el Infierno. Las últimas palabras eran casi ilegibles, tan torcidas estaban las letras. Cuando terminé de leer la última línea, la carta se convirtió en cenizas. ¿Qué es lo que escucho? En medio de los duros términos de las palabras que imaginaba haber leído, resonó el dulce tañido de una campana. Me desperté de inmediato. Estaba acostada en mi cuarto. La luz matinal entraba por la ventana. Las campanadas de las Avemarías llegaban de la iglesia parroquial. ¿Todo había sido un sueño?


Nunca había sentido antes en el Angelus tanto consuelo como después de ese sueño. Lentamente, fui rezando las oraciones. Entonces comprendí: la bendita Madre del Señor quiere defenderte. Venera a María filialmente, si no quieres tener el destino que te contó - aunque fuera en sueños - un alma que jamás verá a Dios. Temblando todavía por la visión nocturna, me levanté, me vestí con prisa y huí a la capilla de la casa. Mi corazón palpitaba con violencia. Los huéspedes que estaban más cerca me miraban con preocupación. Quizás pensaban que estaba agitada por correr escaleras abajo.


Una bondadosa señora de Budapest, un alma sacrificada, pequeña como una niña, miope, aún fervorosa en el servicio de Dios, de gran penetración espiritual, me dijo por la tarde en el jardín: "Señorita, Nuestro Señor no quiere ser servido con excitación". Pero ella advertía que otra cosa me había excitado y aún me preocupaba. Agregó, bondadosamente: "Nada te turbe - conoces el aviso de Santa Teresa - nada te espante. Todo pasa. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta". Mientras susurraba esto, sin adoptar un aire magisterial, parecía estar leyendo mi alma.


"Sólo Dios basta". Sí, El ha de bastarme, en éste o en el otro mundo. Quiero poseerlo allí un día, por más sacrificios que tenga que hacer aquí para vencer. No quiero caer en el infierno.


Algunas consideraciones finales


Quizás no como objeción, pero no puede eludirse una pregunta: ¿Cómo puede haber recordado Clara con tal precisión todas las palabras de la carta de la condenada? Respondemos: quien hace lo más, puede hacer lo menos. Quien comienza una obra, puede también concluirla. Si la manifestación de ultratumba es un hecho preternatural, Clara debe haber tenido también una asistencia preternatural para escribir con exactitud todas las palabras leídas durante la visión.


La eternidad de las penas del infierno es un dogma. Seguramente, el más terrible de todos. Tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras. Ver San Mateo XXV, 41 y 46; II a los Tesalonicenses, 1, 9; Judith XIII; Apocalipsis XIV, 11 y XX, 10; todos estos textos son irrefutables, en los que la expresión "eterno" no puede interpretarse como "largo o prolongado". De la conveniencia de ilustrar este dogma con un caso particular, nos da ejemplo Nuestro Señor Jesucristo en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Allí se encuentra una descripción del infierno y del peligro de caer en él. No es otra la intención de este trabajo. Expresa también nuestra finalidad el siguiente consejo: "Vayamos al infierno mientras estemos vivos, para no caer allí después de la muerte".

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