Debido a las muertes a causa de la pandemia de COVID-19, algunas familias –gracias a Dios, no muchas- han entrado en conflicto debido a la última voluntad de su difunto, pues éste ha pedido que sus cenizas se esparzan por el aire, en el mar o en algún río.
Y se preguntan: ¿Debo cumplir este deseo a pesar de que no es lo que enseña la Iglesia Católica? Vayamos por partes.
En el 2016, la Congregación para la Doctrina de la Fe nos dio unas pautas y normas doctrinales basadas en la Tradición de la Iglesia y los retos de la modernidad. Todo fiel cristiano debe tomarlas en cuenta para la sepultura y respeto de los restos de sus difuntos.
El objetivo no es poner normas arbitrarias, sino responder a inquietudes surgidas de los momentos actuales: la incineración y las prácticas de conservación, destino y depósito de las cenizas de nuestros muertos.
Con ello queda claro que la Iglesia no se opone a la cremación del cuerpo, aunque recomienda continuar la práctica de una bella tradición –no sólo de la Iglesia, sino de muchos pueblos y culturas– de enterrar con todo respeto el cuerpo de nuestros muertos, “su última morada”.
Una vez teniendo claro que la Iglesia no prohíbe la incineración de los cuerpos, ahora surge otra pregunta: ¿qué hago con las cenizas? Sobre todo si la persona fallecida o los familiares piden o quieren realizar cosas contrarias al Magisterio de la Iglesia.
Sin embargo, los documentos de la Iglesia son muy claros al recomendar un lugar propio y adecuado para los restos de un difunto, ya sea en una iglesia, un panteón o un cementerio. Desaconseja tener las cenizas en casa, repartírselas, esparcirlas en el mar, hacer diamantes u otras cosas “novedosas”.
Respondiendo específicamente a esta pregunta: ¿Debo cumplir la última voluntad de un difunto que pidió ser cremado y esparcir sus cenizas en algún lugar? La respuesta es NO. Nadie está obligado a cumplir esa última voluntad. ¿Por qué?
En primer lugar, debemos analizar antes las “últimas voluntades”, lo que es factible hacer, y que sea benéfico para los restos mortales y para la familia del doliente. Porque la persona, aunque muerta, merece un respeto y un trato digno a sus restos.
Si el difunto –creyente o no creyente– pidió algo en lo que no estamos de acuerdo y no nos ayuda, y además contradice la Doctrina de la Iglesia, no se debe de hacer.
Y si piensas que le estás fallando al ser querido y a Dios, recuerda que Dios es amor y quiere lo mejor para sus hijos, en esta vida terrenal y en la Vida Eterna.
Nuestro mundo “moderno” se ha vuelto muy subjetivo y ha asumido modas contrarias a lo “debidamente correcto”, argumentado frivolidades, sin tener en cuenta la espiritualidad y la esperanza surgida del amor a Dios a los hombres y, tristemente, olvidando el amor a los demás; somos una Iglesia-familia que peregrina hacia la casa del Padre.
Así como un padre de familia le da lo mejor al hijo y le evita aquello que le hace daño, lo aconseja en lo que le ayuda a ser buena persona y le orienta para que evite aquello que le daña, la Iglesia Madre también orienta y guía a sus hijos hacia lo que le hace bien y le señala el rumbo de lo que le ayuda a crecer.
La Iglesia no prohíbe ni impone al arbitrio, siempre busca lo mejor para sus hijos (aunque no nos guste), pues, como dicen los padres y maestros, “¡Es por tu bien!”
*El P. Salvador Barba es el enlace para la Reconstrucción de los Templos de la Arquidiócesis Primada de México y colaborador de la Dimensión de Bienes Eclesiásticos de la misma Arquidiócesis.